El sol por segundo día consecutivo calienta la atmósfera de S. Juan de Beleño. Eso hace que multitud de golondrinas revoloteen por doquier. Una de ellas me ha hecho una visita, colándose por la ventana, agitando sus alas a modo de saludo, para rauda, salir pitando hacia el cielo.
En el alero de la casa en donde me alojo, como en tantas otras, existe un nido de golondrinas. Año tras año vuelven para anidar, poniendo sus huevos. La casa tiene ahora dos nuevos inquilinos. Son como una familia emigrada, que retorna en verano.
Parece que las golondrinas van a darte el relevo en tu retiro, y mientras tanto te hacen compañía.
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